Más equívocos de Isamis sobre el Documento de Aparecida
En Isamis se nos hablaba del Documento de Aparecida, pero, a decir verdad, poco se lo aplicaba. Más bien se utilizaban de ese magisterio como escudo para decirnos que lo ponían en práctica y que estaban perfectamente inseridos en la “misión continental” propuesta por los Obispos latinoamericanos. No parece ser así, a no ser, y este punto es importante, desde una re-lectura selectiva y re-significada. Una cosa es Aparecida en sí, otra es cómo queremos que sea… Una cosa es la óptica eclesial de Aparecida, otra cosa es la óptica original de Isamis. Sino, veamos:
Para el buen desarrollo del llamado método teológico pastoral “Ver, juzgar y actuar” el Documento de Aparecida pone los siguientes presupuestos en el numeral 19: “Este método implica contemplar a Dios con los ojos de la fe a través de la palabra revelada y el contacto vivificante de los Sacramentos, a fin de que, en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de la providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y Sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que se siembra en esta tierra y que fructifica plenamente en el Cielo. (…) La adhesión creyente, gozosa y confiada en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y la inserción eclesial, son presupuestos indispensables que garantizan la eficacia de este método” (el subrayado es nuestro).
¿Qué se constata? Que en Isamis poco o nada de contemplar a Dios con los ojos de la fe, poco o nada de contacto vivificante de los Sacramentos, poco o nada de labor hecha desde la Iglesia Cuerpo Místico de Cristo (más bien “desde los pobres” nos explicó una vez el Padre Pinos por la tele), poco o nada de que el reino de Dios fructifica plenamente en el Cielo, poco o nada de “reino de Dios” (más bien “del reino” a secas), poco o nada de inserción eclesial. Parece que ellos vieron, juzgaron y actuaron según otros criterios.
Ejemplo: el caso de los laicos. Sobre los laicos -que muchas veces en Aparecida se los nombra sencillamente como “los fieles” o “pueblo de Dios”- hay que decir, en primer lugar, que su papel ha sido promocionado en la Iglesia especialmente desde el Concilio Vaticano II. De modo especial se subrayó en el Concilio el llamado universal a la santidad que antes se imaginaba como más propio a religiosos o consagrados. La santidad es para todos. Por lo tanto para los laicos y plenamente.
El Documento de Aparecida toma como base de su proyecto evangelizador o como masa de maniobra a los “discípulos y misioneros de Jesucristo”, sean ellos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos o laicos (claro que la inmensísima mayoría de los católicos pertenece al estado laical). Todos, cada cual en su labor y con su carisma específico, están tomados en cuenta. Por lo tanto no debemos imaginar que Aparecida propone una especie de “opción preferencial por los laicos”. En este punto, la opción es por los discípulos y misioneros de Jesucristo.
Aparecida habla sobre los pobres, la familia, la cultura, la vida, la comunión, sobre muchas otras realidades en que los laicos son necesariamente los protagonistas; no hay novedad en esto, pues en esos dominios los laicos ya lo eran antes y desde siempre. Eso sí, Aparecida estimula y compromete fuertemente a los laicos (y laicas...) en la misión evangelizadora de la Iglesia. Esto es capital y veremos cómo lo hace.
Aclaramos antes que no vamos a caer en la manía practicada en Isamis de al hablar de los laicos “in genere”, evocar necesariamente al género femenino (los/as y la arroba) como si el no citarlas sería discriminarlas; Aparecida tampoco practica esa redundancia cada vez. Es evidente que hablando de “los laicos”, están considerados a la vez ellas y ellos ¿Quién puede pensar diferente, a no ser alguna mentalidad resentida?
Ahora vamos a los textos. Hablando de los fieles laicos y laicas dice en el numeral 210: “Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio (…)”. Atención: su misión propia y específica se realiza en el mundo para transformarlo creando nuevas estructuras. Aparecida pone aquí a la acción de los laicos en el mundo civil para modificarlo y no en la Iglesia para revolucionarla.
El numeral 211 nos dice que los laicos “están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero con el testimonio de su vida”. A “participar” en la acción pastoral, no a “dirigirla” como hemos visto; además, lo deben hacer con santidad de vida) “En segundo lugar en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de sus pastores”. Aquí se presupone fidelidad al espíritu y a la letra del Evangelio y de la Liturgia. Cuanto a “las necesidades locales”, compete a los pastores (no a los laicos) orientar las prioridades. Y si se verifica que la acción pastoral trazada no es conforme a los lineamientos de la Iglesia, pues habrá que “implantar de manera diferente todo el trabajo pastoral” (Carta del Cardenal Iván Días a Monseñor Gonzalo). “Ellos (los pastores) estarán dispuestos a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano”.
Aquí hay que saber lo que significa la palabra “ministerios” y no extrapolar significados. Uno es el sentido que le dan los diccionarios: empleo, cargo u ocupación. Otro es el sentido que le da la Iglesia en su derecho y en su pastoral: significa servicio y se divide en “ordenado” (diaconado, presbiterado y episcopado) e “instituido” (lector y acólito). Hay también otros ministerios que pueden ser reconocidos o “confiados”, como dice Aparecida. Son ministerios temporarios “de hecho”, que pueden ser los catequistas, los que cuidan enfermos, los que visitan privados de libertad, los que preparan para los sacramentos, los que ayudan en la liturgia, etc. En el caso de los ministerios "de hecho" o temporarios no hay distinción entre hombre o mujer. Mientras que en los ministerios "ordenados" o "instituidos" sólo se pueden encomendar a varones (aunque le duela a cierta Federación de Mujeres…). Otro, por fin, es el sentido que se le da en Isamis a la palabra “ministerios”: equiparan esas nobles funciones de servicio y de hecho a los “ministerios instituidos”. Esa es una creación arbitraria de Monseñor Gonzalo y de algún otro obispo de avanzada, que choca con lo que está vigente en la Iglesia universal.
Continúa el numeral 211: “A los catequistas, delegados de la Palabra y animadores de comunidades, que cumplen una magnífica labor dentro de la Iglesia, les reconocemos y animamos a continuar el compromiso que adquirieron en el bautismo y la confirmación”. Está clarísimo y no hay nada especial a comentar. El problema está en que se haga esa labor de forma “magnífica”, en consonancia con los compromisos del bautismo y de la confirmación…
Los numerales 212 a 215 nos hablan también del papel de los laicos. El 212 focaliza la necesaria formación doctrinal, pastoral y espiritual que deben tener, el 213 subraya que no se concibe la evangelización sin la colaboración de los fieles laicos a los cuales hay que tener muy en cuenta, el 214 incita a los pastores a tomar en cuenta las asociaciones laicales y movimientos apostólicos y el 215 reconoce el valor y la eficacia de los Consejos parroquiales, Consejos diocesanos y nacionales de fieles laicos. No vemos que Isamis haya dado eco a estas propuestas: formación deficiente, “colaboración” impuesta, desconocimiento a movimientos y a asociaciones (por ejemplo carismáticos y heraldos), falta de ese tipo de consejos (no existían parroquias, solo “comunidades” y “organizaciones populares”) y abusos, en cambio, en la todopoderosa asamblea diocesana del P. Pinos.
Más adelante, en el numeral 403, bajo el título de Una renovada Pastoral Social para la Promoción Humana Integral, Aparecida nos habla nuevamente del rol de los laicos al indicar que se deben diseñar acciones concretas que tengan incidencia en los Estados para la aprobación de políticas sociales y económicas buenas. Dice: “En ello juegan un papel fundamental los laicos y laicas, asumiendo tareas pertinentes en la sociedad”. Y en el numeral 406, hablando de la globalización de la solidaridad, anota: “Esto es especialmente importante para los laicos que asuman responsabilidades públicas, solidarios con la vida de los pueblos”.
En el capítulo Familia, Personas y Vida, numeral 469, ítem h, dice “Promover la formación y acción de laicos competentes, animarlos a organizarse para defender la vida y la familia (…)”. Y en el 480, sin hablar específicamente de los laicos, se refiere a los bautizados en general: “Los cristianos, con los talentos que han recibido, talentos apropiados, deberán ser creativos en sus campos de actuación: el mundo de la cultura, de la política, de la opinión pública, del arte y de la ciencia”. Por lo tanto, no en el mundo propio que compete inmediatamente a los clérigos como lo es la formación espiritual, apacentar (amonestar, corregir, sanar) el rebaño, presidir la Eucaristía y la celebración de los demás sacramentos, velar por la dignidad del culto, etc.
Al hablar de los Nuevos Areópagos y Centros de Decisión, Aparecida hace una propuesta pastoral que se refiere directamente a los laicos: “Favorecer la formación de un laicado capaz de actuar como verdadero sujeto eclesial y competente interlocutor entre la Iglesia y la sociedad, y la sociedad y la Iglesia”.
En el numeral 505 se lee: “Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamada a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios”. “Construir una ciudad temporal”, compete a los laicos. La “ciudad espiritual” compete inmediatamente a los clérigos, claro que con la participación de los laicos.
Hablando de la vida política dice el numeral 508: “Los obispos (…) queremos llamar al sentido de responsabilidad de los laicos para que estén presentes en la vida pública”… Una pregunta: ¿Armando Aguilar, laico de Isamis, cumple bien su papel?
En el 518 se dice que “Los agentes de pastoral (…) se esfuercen en desarrollar (ítem k) la formación y acompañamiento de laicos y laicas que, influyendo en los centros de opinión, se organicen entre sí y puedan ser asesores para toda la acción eclesial”. Asesores de toda la acción eclesial: enorme tarea y de gran responsabilidad! La “asesoría” que prestan en Sucumbíos se revela lamentable.
En resumen: Según Aparecida, los laicos/as deben santificarse, saber que su misión propia y específica se realiza en el mundo, colaborar en la Iglesia bajo la guía de los pastores, formarse doctrinal y espiritualmente, participar –en la medida de sus posibilidades- en consejos parroquiales, en asociaciones y en movimientos; asumir tareas pertinentes en la sociedad civil bien como responsabilidades públicas; defender la familia y la vida y actuar en la cultura, la política, el arte, la ciencia. Hacer de puente entre la Iglesia y la sociedad y entre la sociedad y la Iglesia. Ser fermento en la masa de la sociedad temporal y asesores de la acción eclesial. ¡Vastísimo y grandioso programa!
¿Qué tienen que ver estos compromisos con el asumir ciertos “ministerios” que no competen a la vida laical, destronando a la autoridad eclesiástica que ha sido instituida precisamente con un sacramento específico, el sacramento del Orden Sagrado, para el oficio de gobernar, enseñar y santificar? Jesús fundó una Iglesia que tiene que ser tenida en cuenta; es la tal “inserción eclesial”, de que carece Isamis. No podemos andar cada uno por sí o “al aire del Espíritu”, como ciertas sectas evangélicas, pentecostales y muchos católicos “diferentes” y pretensiosos. Que cada uno esté en su lugar, en armonía y sin invadir terreno ajeno: Que el laico no tome aires de padrecito ni el padrecito de laico. Que el laico se comprometa cada vez más con la Iglesia y lo mismo el sacerdote. Así irán bien las cosas. Lástima que últimamente, algunos se propusieron organizar una iglesia “diferente” convencidos de que otra iglesia, otra teología y otro magisterio es posible.
Resta saber de qué Jesús son “discípulos y misioneros” los de Isamis. Porque ya hubo quien dijese, no sin cierta gracia, que del padre carmelo español Jesús Arroyo y no de Jesús de Nazaret, el Hijo unigénito del Padre y de María, nuestro Diosito.
Si se apuesta a una “iglesia diferente”, se corre el grave riesgo de dar culto a un dios diferente. ¿Y quién paga el pato? El pueblo de Dios, la gente sencilla, los pobres, los indígenas, los afros, los campesinos… los laicos y las laicas.
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