Mario Vargas Llosa, novelista agnóstico, publica hoy en El País de Madrid un interesante artículo llamado “La fiesta y la cruzada” comentando el éxito de las JMJ donde se hizo patente la fuerza de la Iglesia y del papado.
Después de criticar “las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa” que resultaron efímeras, llega a decir: “El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer”.
Ya próximo de la conclusión, afirma “Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad”.
Y termina con gracia e inhibición (no en vano es Nobel de Literatura) “Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos”.
¿Qué tal? ¡Un agnóstico famoso confiesa lo que un cierto obispo descalzo en fin de carrera jamás profesaría!
Estos son trechos escogidos para ser meditados por religiosos, políticos y gobernantes que se empecinan en no interpretar los signos de los tiempos. Fuera y dentro de los límites de la provincia de Sucumbíos.
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